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Sobre crisis y por qué debemos escuchar a los expertos

Pandemia global

Sobre crisis y por qué debemos escuchar a los expertos

Por Giselle P. Dussel

Existe una repentina aversión que la mayoría de nosotros sentimos cuando escuchamos las palabras “crisis” o “cambio”. Ninguno de nosotros está programado para caminar placenteramente con los ojos vendados por un sendero incierto, y las formas en que respondemos a estos conceptos varían y progresan con el tiempo.

Al principio de marzo, antes de que el virus cambiara nuestras vidas y nos volteara el mundo de cabeza, había entre amigos y familia un ambiente de camaradería al compartir memes, burlándose de las cada vez más frecuentes menciones sobre la epidemia – más tarde pandemia – en las redes sociales de otras personas. Personas que tal vez se lo estaban más en serio de lo que seguramente merecía. Hay una superioridad en la calma. Nos elevamos sobre un problema cuando nos reímos de él y de aquellos que expresen su consternación al respecto.

Luego, varios eventos comenzaron a cancelarse, y eso empezó a doler. “¿Cómo que no va a haber concierto?”, “¡Ay, llevaba meses esperando ir a esa fiesta!” Aun así, resultaba difícil creer que estas medidas, que ya venían directamente de oficiales de gobierno, fueran tan necesarias. Especialmente cuando desde arriba de la cadena de liderazgo, la enfermedad era minimizada y comparada con la gripe, la cual no se caracteriza por generar cautela en la gente de salir a la calle. Y en algunos lados, se le decía a la gente que no pasaba nada por salir, abrazarse, o saludarse de beso.

Entonces vino el enojo. Ahora los que tachaban al covid-19 de ser un intento más de los medios por hacernos caer en su sensacionalismo, buscaban a quien culpar y enlistaban todas las soluciones que no iban a funcionar. Se mencionó el socialismo en varias ocasiones al estar tan en boga últimamente. Y los chivos expiatorios de siempre, los pobres, salieron implicados como argumento por el cual las medidas de contingencia venían desde posiciones de privilegio. No obstante, pese a su mala gana, empezaron a escuchar a experto tras experto hablar, todo mientras se lavaban vigorosamente las manos.

Finalmente, los memes mal hechos fueron reemplazados por llamadas a la cooperación. La queja se cambió por súplicas de escuchar a las autoridades. Todos se encontraron leyendo historia tras historia de amigos o parientes perdiendo sus empleos; de abuelos atorados en casas de retiro. Las muertes de “el amigo de un amigo” empezaron a inundar los periódicos locales. La comprensión de que todo esto era demasiado real, y que solo era el inicio, aterrizó sobre ellos después de mucha vacilación. Por último, la amenaza comenzó a colarse por sus puertas, y entonces ninguna medida pareció demasiado radical. Exagerar se convirtió en sencillamente reaccionar.

Sin embargo, dentro de todo el caos, un renovado espíritu de comunidad y solidaridad se apoderó de sus corazones, mientras reflexionaban en silencio sobre la situación del mundo y su lugar dentro de él. Pero habían despertado en un mundo en donde todo lo que se les había dicho por años eran mentiras. Cosas tales como que todo podía seguir como si no pasara nada; que el trabajo de miles de personas, cuyo propósito en la vida es acercar a la humanidad al conocimiento de la verdad, era un engaño. El precio del crecimiento económico de repente no valía la vida de sus madres o sus padres. Todo después de que una jovencita, hace no mucho, había expresado un sentimiento aterradoramente similar y fue objeto de grandes burlas:

Fridays for Future

[Foto por Mika Baumeister]

“Se han robado mis sueños y mi infancia con sus palabras vacías. Y aun así soy de las afortunadas. Hay gente sufriendo. Hay gente muriendo. Ecosistemas enteros están colapsando. Estamos al inicio de una extinción masiva, y lo único de lo que pueden hablar es dinero y cuentos de hadas de crecimiento económico eterno”. – Greta Thunberg

Si el mundo se va a acabar, no lo va a hacer en un abrir y cerrar de ojos en donde todo lo que respire y se mueva sea arrasado por una ola de destrucción sin dejar nada a su paso. Si se acaba, será lentamente. Empezará como una molesta advertencia, una lucecita roja que parpadea y que nos esforzamos por no ver; pero en cierto momento, esa luz se intensificará y descubrirá nuestras debilidades, amplificando nuestra desesperación al darnos cuenta que la ignoramos por demasiado tiempo. Será torturante; el pánico y la ansiedad se apoderarán de nuestras mentes al ver que vamos perdiendo el control sobre el mundo a nuestro alrededor. Cuando, una por una, cese el acceso a las cosas que disfrutamos; cuando no podamos reunirnos con nuestros seres queridos, o tengamos que afrontar adioses repentinos para los cuales no estábamos preparados.

No se trata de si el mundo como lo conocemos se va a acabar o no. Se trata de que sí se puede acabar.

Dudo que le traiga consuelo a alguien – incluso a los expertos – saber que han tenido siempre la razón. Pero si te encontrabas deambulando en el mar de opiniones conflictivas por parte de líderes – sean políticos o económicos – quienes solo han estado protegiendo sus propios intereses, ahora es el momento de escuchar a las mujeres y hombres que se encuentran tras bambalinas. La verdad es, ahora más que nunca, el faro luminoso del liderazgo. El fin del mundo como lo conocemos ya no es retórico, ni impersonal, ni siquiera hipotético. Estamos teniendo una probadita de estos escenarios que previamente no podíamos ni imaginar.

[Foto por Tamara Kellogg]

La pregunta es, después de que todo pase y sea seguro salir de nuestro confinamiento; después de que las calles se llenen de vida otra vez, la inminencia del peligro se convierta en un recuerdo distante, las aguas metafóricas se aclaren mientras que los ríos y canales se vuelven a enturbiar, y nos quedemos con la tarea de reconstruir nuestras vidas… ¿qué vamos a cambiar? Y, ¿a quién vamos a elegir para dirigir el camino?

 

Giselle P. Dussel ha sido una voluntaria con CCL desde 2019. Es escritora, mamá y vegetariana. Originaria de México, vive en Nueva Orleans.